jueves, 28 de agosto de 2008

EL FEUDALISMO

El feudalismo

Feudalismo, sistema contractual de relaciones políticas y militares entre los miembros de la nobleza de Europa occidental durante la alta edad media. El feudalismo se caracterizó por la concesión de feudos (casi siempre en forma de tierras y trabajo) a cambio de una prestación política y militar, contrato sellado por un juramento de homenaje y fidelidad. Pero tanto el señor como el vasallo eran hombres libres, por lo que no debe ser confundido con el régimen señorial, sistema contemporáneo de aquél, que regulaba las relaciones entre los señores y sus campesinos. El feudalismo unía la prestación política y militar a la posesión de tierras con el propósito de preservar a la Europa medieval de su desintegración en innumerables señoríos independientes tras el hundimiento del Imperio Carolingio.

Nobleza, grupo social que ha gozado a lo largo de la historia de diversos privilegios, derechos y honores especiales, a cuyos miembros se les supuso revestidos de unas cualidades personales y morales que les hacían ser considerados superiores a otros sectores sociales.

En la edad antigua, ya existieron clases privilegiadas, bien por su poder militar, bien por su riqueza, que merecían el calificativo de nobleza. En las sociedades autocráticas del Oriente Próximo aparecieron en un nivel inferior, pero siempre en torno al soberano. Era una nobleza militar y religiosa. En Grecia y especialmente en la República de Roma, la aristocracia seguía manteniendo ambas funciones. Las clases patricias ejercieron gran poder e influencia política. Sin embargo, en la Roma imperial el carácter militar fue menguando y dio lugar a una nobleza terrateniente, especialmente con la crisis del siglo III, en la que la ciudad entró en decadencia y los ciudadanos más acomodados se refugiaron en el campo. En otras partes del mundo han surgido grupos sociales con similares características y prerrogativas, como es el caso de los sogunes en Japón, que ostentaron junto a los emperadores el poder sobre todo el país, manteniendo una función militar. No obstante, la nobleza característica del Estado moderno europeo tiene sus orígenes en el feudalismo, sistema social basado en la posesión de tierras que sustituyó al sistema de propiedad agraria existente en Roma tras las invasiones germánicas. Durante la situación de inestabilidad social y económica que siguió a la caída del Imperio romano (siglos V y VI d.C.), empezaron a surgir grandes propietarios de tierras, gracias en gran medida a dicha conquista. Estos terratenientes cedieron parte de sus tierras a particulares, sobre los que ejercían varios derechos como la administración de justicia y de los cuales recibían diversos servicios. De este modo surgieron las figuras del señor y del vasallo.

Escena de El gatopardo El gatopardo (1963), de Luchino Visconti es una adaptación cinematográfica de la obra maestra de Tomasi di Lampedusa de igual título, sobre la unificación italiana y el declive de la aristocracia. En la foto, una secuencia de la célebre escena final en la que el príncipe Fabrizio Salina (Burt Lancaster) baila un vals inédito de Giuseppe Verdi (adaptado por Nino Rota) con la bella Angelica (Claudia Cardinale).

En la edad media, la nobleza se caracterizó por la posesión de un patrimonio en forma de tierras, la ostentación de privilegios y el principio hereditario (que tiene su reflejo en las instituciones de la primogenitura y del mayorazgo). Surgió entonces un escalafón dentro de la nobleza, que, a pesar de hacer compartir rasgos comunes a sus miembros, creó toda una serie de grupos diferenciados por su grado de importancia cualitativa: duques, marqueses, condes, vizcondes y barones.

En este periodo, la nobleza mantuvo su función básicamente militar. Prestaba servicios de armas al soberano, pero su poder se fue acrecentando con la posesión de tierras. El rey medieval concedía poderes políticos y militares a sus miembros. Sin embargo, durante todo este periodo fueron frecuentes los enfrentamientos entre la monarquía y la nobleza, puesto que la primera veía en la segunda una amenaza a su poder e intentó limitar sus prerrogativas. Los nobles, por su parte, temerosos de que se recortasen sus derechos y privilegios, desafiaron en numerosas ocasiones al monarca.

En España, durante la alta edad media, la nobleza se dividió en dos grupos: los magnates y los infanzones. Posteriormente aparecieron los ricos hombres, los hidalgos y los caballeros. En plena edad media muchos de los antiguos linajes nobiliarios se extinguieron y surgieron otros nuevos. En la baja edad media hizo su aparición la denominada nueva nobleza, que presentó nuevos rasgos como el uso de blasón y la tenencia de una casa solariega y se dividió en alta nobleza, nobleza media, baja nobleza y los estados prenobiliarios. Durante todo este periodo, los títulos otorgados fueron relativamente escasos, situación que cambió tras la edad media, puesto que la nobleza aumentó de forma notable.

Los árboles genealógicos trazan el linaje de una familia. Muestran, además, las relaciones entre parientes y ancestros, y pueden demostrar la realeza o nobleza de una persona. En la imagen, reproducción del árbol genealógico de la familia del rey Alfonso VII, quien reinó en Castilla y León desde 1126 hasta 1157.

Edades moderna y contemporánea

A finales de la edad media y en los primeros balbuceos del Estado moderno, el arte de la guerra se transformó profundamente, lo que afectó al concepto y función de la nobleza. Los ejércitos de caballería dieron paso a otros formados por infantería, dotados de armas de fuego y picas. Se instauró el sistema de levas y se crearon unidades de soldados profesionales. Este nuevo panorama hizo que la nobleza perdiera su antiguo y tradicional papel militar, adquiriendo otras funciones de tipo cortesano. Eran dos las formas por las que se podía obtener el título nobiliario: por herencia o por compra. En la edad moderna, las necesidades financieras de la corona española hizo que ésta vendiese títulos nobiliarios, hecho que alcanzó su punto máximo en el siglo XVII. Si bien los Reyes Católicos lograron mantener bajo control a la nobleza, ésta exigiría a Carlos I compensaciones por su participación en la represión del movimiento comunero. Felipe II introdujo en su servicio a numerosos nobles a fin de lograr tener un mayor control, política que seguiría el conde-duque de Olivares durante el reinado de Felipe IV. A partir de ese momento, la nobleza pasó a acaparar todos los cargos políticos y religiosos, además de los militares. Fue en la época moderna cuando se acentuaron las diferencias entre los grupos nobiliarios, que entrarían en un periodo de severa crisis económica, iniciada a principios del siglo XVI, aunque la corona adoptó medidas en favor de la nobleza. Era un hecho que en numerosos casos la posesión del título nobiliario no iba acompañado por una riqueza, en tanto que grupos sociales inferiores ostentaban una mayor fortuna. En el siglo XVIII, los diversos consejos que regían el poder central del Estado desaparecieron en favor de los ministros o secretarios de Estado, pero, a pesar de ello, la alta nobleza continuó ejerciendo una notable influencia en la vida política.

En el siglo XIX, la nobleza alcanzó un pacto con la débil burguesía, por medio del cual renunciaba a una serie de privilegios de escasa relevancia a cambio de mantener sus propiedades, lo que permitió que el latifundismo fuera una institución en plena vigencia a principios del siglo XX. La reforma agraria de la II República constituyó la amenaza más grave que conoció la nobleza, pero quedó abortada con el estallido en 1936 de la Guerra Civil española.

La nobleza en los dominios españoles de América se había desarrollado a lo largo de tres siglos como reconocimiento de la corona por los servicios prestados al rey. Los reyes de la Casa de Austria (denominación dada por la historiografía española a la Casa de Habsburgo, que rigió los destinos de la Monarquía Hispánica) habían hecho nobles a los conquistadores, los administradores y los colonizadores, patriarcas de una aristocracia de terratenientes.

Cuando los pueblos germanos conquistaron en el siglo V el Imperio romano de Occidente pusieron también fin al ejército profesional romano y lo sustituyeron por los suyos propios, formados con guerreros que servían a sus caudillos por razones de honor y obtención de un botín. Vivían de la tierra y combatían a pie ya que, como luchaban cuerpo a cuerpo, no necesitaban emplear la caballería. Pero cuando los musulmanes, vikingos y magiares invadieron Europa en los siglos VIII, IX y X, los germanos se vieron incapaces de enfrentarse con unos ejércitos que se desplazaban con suma rapidez. Primero Carlos Martel en la Galia, después el rey Alfredo el Grande en Inglaterra y por último Enrique el Pajarero de Germania, cedieron caballos a algunos de sus soldados para repeler las incursiones sobre sus tierras. No parece que estas tropas combatieran a caballo; más bien tenían la posibilidad de perseguir a sus enemigos con mayor rapidez que a pie. No obstante, es probable que se produjeran acciones de caballería en este mismo periodo, al introducirse el uso de los estribos. Con total seguridad esto ocurrió en el siglo XI. Véase Orden de caballería.

Origen del sistema

Los caballos de guerra eran costosos y su adiestramiento para emplearlos militarmente exigía años de práctica. Carlos Martel, con el fin de ayudar a su tropa de caballería, le otorgó fincas (explotadas por braceros) que tomó de las posesiones de la Iglesia. Estas tierras, denominadas ‘beneficios’, eran cedidas mientras durara la prestación de los soldados. Éstos, a su vez, fueron llamados ‘vasallos’ (término derivado de una palabra gaélica que significaba sirviente). Sin embargo, los vasallos, soldados selectos de los que los gobernantes Carolingios se rodeaban, se convirtieron en modelos para aquellos nobles que seguían a la corte. Con la desintegración del Imperio Carolingio en el siglo IX muchos personajes poderosos se esforzaron por constituir sus propios grupos de vasallos dotados de montura, a los que ofrecían beneficios a cambio de su servicio. Algunos de los hacendados más pobres se vieron obligados a aceptar el vasallaje y ceder sus tierras al señorío de los más poderosos, recibiendo a cambio los beneficios feudales. Se esperaba que los grandes señores protegieran a los vasallos de la misma forma que se esperaba que los vasallos sirvieran a sus señores.

Feudalismo clásico

Esta relación de carácter militar que se estableció en los siglos VIII y IX a veces es denominada feudalismo Carolingio, pero carecía aún de uno de los rasgos esenciales del feudalismo clásico desarrollado plenamente desde el siglo X. Fue sólo hacia el año 1000 cuando el término ‘feudo’ comenzó a emplearse en sustitución de ‘beneficio’ este cambio de términos refleja una evolución en la institución. A partir de este momento se aceptaba de forma unánime que las tierras entregadas al vasallo eran hereditarias, con tal de que el heredero que las recibiera fuera grato al señor y pagara un impuesto de herencia llamado ‘socorro’. El vasallo no sólo prestaba el obligado juramento de fidelidad a su señor, sino también un juramento especial de homenaje al señor feudal, el cual, a su vez, le investía con un feudo. De este modo, el feudalismo se convirtió en una institución tanto política como militar, basada en una relación contractual entre dos personas individuales, las cuales mantenían sus respectivos derechos sobre el feudo.

Causas de la aparición del sistema feudal

La guerra fue endémica durante toda la época feudal, pero el feudalismo no provocó esta situación; al contrario, la guerra originó el feudalismo. Tampoco el feudalismo fue responsable del colapso del Imperio Carolingio, más bien el fracaso de éste hizo necesaria la existencia del régimen feudal. El Imperio Carolingio se hundió porque estaba basado en la autoridad de una sola persona y no estaba dotado de instituciones lo suficientemente desarrolladas. La desaparición del Imperio amenazó con sumir a Europa en una situación de anarquía: cientos de señores individuales gobernaban a sus pueblos con completa independencia respecto de cualquier autoridad soberana. Los vínculos feudales devolvieron cierta unidad, dentro de la cual los señores renunciaban a parte de su libertad, lo que era necesario para lograr una cooperación eficaz. Bajo la dirección de sus señores feudales, los vasallos pudieron defenderse de sus enemigos, y más tarde crear principados feudales de cierta importancia y complejidad. Una vez que el feudalismo demostró su utilidad local reyes y emperadores lo adoptaron para fortalecer sus monarquías.

PLENITUD

El feudalismo alcanzó su madurez en el siglo XI y tuvo su máximo apogeo en los siglos XII y XIII. Su cuna fue la región comprendida entre los ríos Rin y Loira, dominada por el ducado de Normandía. Al conquistar sus soberanos, a fines del siglo XI, el sur de Italia, Sicilia e Inglaterra y ocupar Tierra Santa en la primera Cruzada, establecieron en todas estas zonas las instituciones feudales. España también adoptó un cierto tipo de feudalismo en el siglo XII, al igual que el sur de Francia, el norte de Italia y los territorios alemanes. Incluso Europa central y oriental conoció el sistema feudal durante un cierto tiempo y en grado limitado, sobre todo cuando el Imperio bizantino se feudalizó tras la cuarta Cruzada. Los llamados feudalismos del antiguo Egipto y de Persia, o de China y Japón, no guardan relación alguna con el feudalismo europeo, y sólo son superficialmente similares. Quizá fueran los samuráis japoneses los que más se asemejaron a los caballeros medievales, en particular los sogunes de la familia Ashikaga; pero las relaciones entre señores y vasallos en Japón eran diferentes a las del feudalismo de Europa occidental.

Características

En su forma más clásica, el feudalismo occidental asumía que casi toda la tierra pertenecía al príncipe soberano —bien el rey, el duque, el marqués o el conde— que la recibía “de nadie sino de Dios”. El príncipe cedía los feudos a sus barones, los cuales le rendían el obligado juramento de homenaje y fidelidad por el que prestaban su ayuda política y militar, según los términos de la cesión. Los nobles podían ceder parte de sus feudos a caballeros que le rindieran, a su vez, homenaje y fidelidad y les sirvieran de acuerdo a la extensión de las tierras concedidas. De este modo si un monarca otorgaba un feudo de doce señoríos a un noble y a cambio exigía el servicio de diez caballeros, el noble podía ceder a su vez diez de los señoríos recibidos a otros tantos caballeros, con lo que podía cumplir la prestación requerida por el rey. Un noble podía conservar la totalidad de sus feudos bajo su dominio personal y mantener a sus caballeros en su señorío, alimentados y armados, todo ello a costa de sufragar las prestaciones debidas a su señor a partir de su propio patrimonio y sin establecer relaciones feudales con inferiores, pero esto era raro que sucediera ya que los caballeros deseaban tener sus propios señoríos. Los caballeros podían adquirir dos o más feudos y eran proclives a ceder, a su vez, parte de esas posesiones en la medida necesaria para obtener el servicio al que estaban obligados con su superior. Mediante este subenfeudamiento se creó una pirámide feudal, con el monarca en la cúspide, unos señores intermedios por debajo y un grupo de caballeros feudales para servir a la convocatoria real.

Los problemas surgían cuando un caballero aceptaba feudos de más de un señor, para lo cual se creó la institución del homenaje feudatario, que permitía al caballero proclamar a uno de sus señores como su señor feudal, al que serviría personalmente, en tanto que enviaría a sus vasallos a servir a sus otros señores. Esto quedaba reflejado en la máxima francesa de que “el señor de mi señor no es mi señor” de ahí que no se considerara rebelde al subvasallo que combatía contra el señor de su señor. Sin embargo, en Inglaterra, Guillermo I el Conquistador y sus sucesores exigieron a los vasallos de sus vasallos que les prestaran juramento de fidelidad.

Obligaciones del vasallo

La prestación militar era fundamental en el feudalismo, pero estaba lejos de ser la única obligación del vasallo para con su señor. Cuando el señor era propietario de un castillo, podía exigir a sus vasallos que lo guarnecieran, en una prestación denominada ‘custodia del castillo’. El señor también esperaba de sus vasallos que le atendieran en su corte, con objeto de aconsejarle y de participar en juicios que afectaban a otros vasallos. Si el señor necesitaba dinero, podía esperar que sus vasallos le ofrecieran ayuda financiera. A lo largo de los siglos XII y XIII estallaron muchos conflictos entre los señores y sus vasallos por los servicios que estos últimos debían prestar. En Inglaterra, la Carta Magna definió las obligaciones de los vasallos del rey; por ejemplo, no era obligatorio procurar ayuda económica al monarca salvo en tres ocasiones: en el matrimonio de su hija mayor, en el nombramiento como caballero de su primogénito y para el pago del rescate del propio rey. En Francia fue frecuente un cuarto motivo para este tipo de ayuda extraordinaria: la financiación de una Cruzada organizada por el monarca. El hecho de actuar como consejeros condujo a los vasallos a exigir que se obtuviera su beneplácito en las decisiones del señor que les afectaran en cuestiones militares, alianzas matrimoniales, creación de impuestos o juicios legales.

Herencia y tutela

Otro aspecto del feudalismo que requirió una regulación fue la sucesión de los feudos. Cuando éstos se hicieron hereditarios, el señor estableció un impuesto de herencia llamado ‘socorro’. Su cuantía fue en ocasiones motivo de conflictos. La Carta Magna estableció el socorro en 100 libras por barón y 5 libras por caballero; en todo caso, la tasa varió según el feudo. Los señores se reservaron el derecho de asegurarse que el propietario del feudo fuese leal y cumplidor de sus obligaciones. Si un vasallo moría y dejaba a un heredero mayor de edad y buen caballero, el señor no tenía por qué objetar su sucesión. Sin embargo, si el hijo era menor de edad o si el heredero era mujer, el señor podía asumir el control del feudo hasta que el heredero alcanzara la mayoría de edad o la heredera se casara con un hombre que tuviera su aprobación. De este modo surgió el derecho señorial de tutela de los herederos menores de edad o de las herederas y el derecho de vigilar sobre el matrimonio de éstas, lo que en ciertos casos supuso que el señor se eligiera a sí mismo como marido. La viuda de un vasallo tenía derecho a una pensión de por vida sobre el feudo de su marido (por lo general un tercio de su valor) lo que también llevaba a provocar el interés del señor por que la viuda contrajera nuevas nupcias. En algunos feudos el señor tenía pleno derecho para controlar estas segundas nupcias. En el caso de muerte de un vasallo sin sucesores directos, la relación de los herederos con el señor variaban: los hermanos fueron normalmente aceptados como herederos, no así los primos. Si los herederos no eran aceptados por el señor, la propiedad del feudo revertía en éste, que así recuperaba el pleno control sobre el feudo; entonces podía quedárselo para su dominio directo o cederlo a cualquier caballero en un nuevo vasallaje.

Ruptura del contrato

Dado el carácter contractual de las relaciones feudales cualquier acción irregular cometida por las partes podía originar la ruptura del contrato. Cuando el vasallo no llevaba a cabo las prestaciones exigidas, el señor podía acusarle, en su corte, ante sus otros vasallos y si éstos encontraban culpable a su par, entonces el señor tenía la facultad de confiscar su feudo, que pasaba de nuevo a su control directo. Si el vasallo intentaba defender su tierra, el señor podía declararle la guerra para recuperar el control del feudo confiscado. El hecho de que los pares del vasallo le declararan culpable implicaba que moral y legalmente estaban obligados a cumplir su juramento y pocos vasallos podían mantener una guerra contra su señor y todos sus pares. En el caso contrario, si el vasallo consideraba que su señor no cumplía con sus obligaciones, podía desafiarle —esto es, romper formalmente su confianza— y declarar que no le consideraría por más tiempo como su señor, si bien podía seguir conservando el feudo como dominio propio o convertirse en vasallo de otro señor. Puesto que en ocasiones el señor consideraba el desafío como una rebelión, los vasallos desafiantes debían contar con fuertes apoyos o estar preparados para una guerra que podían perder.

Autoridad real

Los monarcas, durante toda la época feudal, tenían otras fuentes de autoridad además de su señorío feudal. El renacimiento del saber clásico supuso el resurgimiento del Derecho romano, con su tradición de poderosos gobernantes y de la administración territorial. La Iglesia consideraba que los gobernantes lo eran por la gracia de Dios y estaban revestidos de un derecho sagrado. El florecimiento del comercio y de la industria dio lugar al desarrollo de las ciudades y a la aparición de una incipiente burguesía, la cual exigió a los príncipes que mantuvieran la libertad y el orden necesarios para el desarrollo de la actividad comercial. Esa población urbana también demandó un papel en el gobierno de las ciudades para mantener su riqueza. En Italia se organizaron comunidades que arrebataron el control del país a la nobleza feudal que incluso fue forzada a residir en algunas de las urbes. Las ciudades situadas al norte de los Alpes enviaron representantes a los consejos reales y desarrollaron instituciones parlamentarias para conseguir voz en las cuestiones de gobierno, al igual que la nobleza feudal. Con los impuestos que obtuvieron de las ciudades, los príncipes pudieron contratar sirvientes civiles y soldados profesionales. De este modo pudieron imponer su voluntad sobre el feudo y hacerse más independientes del servicio de sus vasallos.

DECADENCIA

El feudalismo alcanzó el punto culminante de su desarrollo en el siglo XIII; a partir de entonces inició su decadencia. El subenfeudamiento llegó a tal punto que los señores tuvieron problemas para obtener las prestaciones que debían recibir. Los vasallos prefirieron realizar pagos en metálico (scutagium, ‘tasas por escudo’) a cambio de la ayuda militar debida a sus señores; a su vez éstos tendieron a preferir el dinero, que les permitía contratar tropas profesionales que en muchas ocasiones estaban mejor entrenadas y eran más disciplinadas que los vasallos. Además, el resurgimiento de las tácticas de infantería y la introducción de nuevas armas, como el arco y la pica, hicieron que la caballería no fuera ya un factor decisivo para la guerra. La decadencia del feudalismo se aceleró en los siglos XIV y XV. Durante la guerra de los Cien Años, las caballerías francesa e inglesa combatieron duramente, pero las batallas se ganaron en gran medida por los soldados profesionales y en especial por los arqueros de a pie. Los soldados profesionales combatieron en unidades cuyos jefes habían prestado juramento de homenaje y fidelidad a un príncipe, pero con contratos no hereditarios y que normalmente tenían una duración de meses o años. Este ‘feudalismo bastardo’ estaba a un paso del sistema de mercenarios, que ya había triunfado en la Italia de los condotieros renacentistas.

SU PAPEL EN EL DESARROLLO POLÍTICO

La figura jurídica del feudo estaba contenida en el derecho consuetudinario de Europa occidental y en aspectos feudales como la tutela y el matrimonio, la revertibilidad y la confiscación, que continuaron en vigor después de que la prestación militar hubiera desaparecido. En Inglaterra las posesiones feudales fueron abolidas por ley en 1660, pero se prolongaron en algunas zonas de Europa hasta que el derecho consuetudinario fue sustituido por el Derecho romano, proceso concluido por el emperador Napoleón a principios del siglo XIX.

Armas medievales La sociedad europea evolucionó hacia un sistema contractual de relaciones políticas y militares, denominado feudalismo, durante la edad media. Los europeos también desarrollaron distintos tipos de armas ante la amenaza de invasiones de otros pueblos. Los guerreros a caballo, a los que se denominaba caballeros, podían desplazarse con rapidez y luchar armados con hachas, picas, lanzas y espadas de doble filo de longitud superior a las empleadas por los hombres que combatían a pie.

Feudalismo (español), tradicionalmente se ha afirmado que España no se feudalizó. Esa opinión derivaba del concepto de feudalismo que se manejaba, entendido como sistema social y político que estuvo vigente en Europa occidental entre los siglos X y XIII. En esa concepción se tenían en cuenta básicamente las relaciones entre señores y vasallos, es decir las instituciones feudovasalláticas. Aunque en la época visigoda hubo en tierras hispanas un esbozo de sociedad feudal, la invasión musulmana cortó el proceso. Posteriormente sólo el territorio de la Marca Hispánica, por su vinculación con el Imperio Carolingio, conoció el desarrollo pleno de las instituciones feudales. A los reinos de Castilla, León, Navarra y Aragón llegaron ciertamente elementos del sistema feudal, pero de forma tardía e incompleta. De ahí la afirmación de la no feudalización de la España medieval.

En concreto, a propósito de Castilla, Claudio Sánchez Albornoz afirmaba que era "un islote de hombres libres frente a la Europa feudal". Pero si se parte de la concepción del feudalismo como modo de producción o como totalidad social, las cosas cambian. Desde el punto de vista socio-económico sí que hubo en la España medieval feudalismo, pues se desarrollaron las relaciones de dependencia a todos los niveles, desde el económico hasta el político. Al tiempo que se formaba una tupida red de relaciones jerarquizadas entre los grupos sociales dominantes, la mayor parte del campesinado fue cayendo en una situación de dependencia respecto a los grandes propietarios territoriales. Hay que señalar que en esta segunda concepción del término feudalismo se contemplan conjuntamente el régimen propiamente feudal y el régimen señorial. La feudalización de las tierras hispanas, aunque tenía precedentes de épocas anteriores, se alcanzó básicamente con posterioridad al año 1000. Muchos de sus elementos perduraron después de la edad media, llegando incluso hasta comienzos del siglo XIX.

Dinastía Carolingia, también llamada Carlovingia, dinastía de reyes francos que gobernaron un vasto territorio en Europa occidental desde el siglo VII hasta el siglo X d.C.; la dinastía toma su nombre de su más renombrado miembro, Carlomagno. La familia descendía de Pipino el Viejo (también llamado Pipino de Landen), un poderoso terrateniente que estuvo al servicio de los reyes Merovingios del pueblo franco Clotario II y Dagoberto I, como mayordomo de palacio de Austrasia, desde el 613 hasta el 639 aproximadamente. Su nieto, Pipino de Heristal, le sucedió en el cargo de mayordomo, y en torno al año 687 se había convertido en el gobernante virtual de todo el reino franco, aunque los Merovingios esgrimían nominalmente el poder real. A Pipino de Heristal le sucedió su hijo ilegítimo, Carlos Martel, y sus dos nietos, Carlomán y Pipino el Breve. Carlomán abdicó posteriormente y en el 751 Pipino el Breve depuso al último rey Merovingio y fue coronado rey de los francos. La fecha está considerada generalmente como el comienzo de la dinastía Carolingia. Pipino fue también el primer rey franco cuya coronación fue consagrada por la Iglesia católica.

A Pipino el Breve lo sucedieron sus dos hijos, Carlomán y Carlomagno, quienes en un primer momento gobernaron juntos el reino. Desde el 771, Carlomagno gobernó en solitario e incrementó ampliamente el reino. En su gran extensión, el reino incluía las actuales Francia, Alemania, Austria, Suiza, los Países Bajos y el norte de Italia. El 25 de diciembre del 800 Carlomagno fue coronado primer emperador del renacido Imperio romano occidental y estableció en su corte un centro intelectual, comenzando de este modo el denominado renacimiento Carolingio. Carlomagno ganó fama en muchas partes del mundo por su defensa de la educación y su mecenazgo de las artes, propiciando el desarrollo del arte y arquitectura románicas. Cuando falleció, su hijo Luis I heredó el reino. A la muerte de éste, el reino fue dividido entre sus tres hijos supervivientes, que combatieron entre ellos por el título de emperador. En el 843 el reino fue formalmente dividido por el Tratado de Verdún. Desde entonces, el poder de la dinastía declinó. Sin embargo, la rama germánica, que también gobernó el Sacro Imperio Romano Germánico, reinó hasta el 911, año en que fue reemplazada por la sajona, mientras que la rama francesa conservó el poder hasta el 987, cuando fue heredado por la dinastía de los Capetos.

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