miércoles, 27 de agosto de 2008

CONTRAREFORMA CATOLICA

La confesión de los pecados, una de las diferencias entre la Reforma y la Contrarreforma.
La Reforma Católica o Contrarreforma fue la respuesta a la reforma protestante de Martín Lutero, que había debilitado a la Iglesia. Denota el período de resurgimiento católico desde el pontificado del Papa Pío IV en 1560 hasta el fin de la Guerra de los Treinta Años, en 1648. Sus objetivos fueron renovar la Iglesia y evitar el avance de las doctrinas protestantes.
Se esforzó sobre todo en cuatro temas:
Doctrina.
Reestructuración eclesiástica, con la fundación de seminarios.
Modificación de las órdenes religiosas, haciéndolas volver a sus orígenes espirituales.
Vigilancia de los movimientos espirituales, centrándolos en la vida piadosa y en una relación personal con Cristo. Esto incluía a los místicos españoles y a la escuela de espiritualidad francesa.

Concilio de Trento
Fue un concilio general de la Iglesia, reunido entre 1545 al 1563 en el pequeño pueblo de Trento, en los Alpes, que aprobó una serie de decretos doctrinales con respecto a los dogmas, la disciplina, el papado y las órdenes religiosas que permanecieron vigentes hasta que se reunió el siguiente concilio, más de tres siglos después.
Fue convocado por Pablo III, y estableció una jerarquía efectiva de supervisión para garantizar que el clero y los laicos observaran las nuevas normas de disciplina y ortodoxia que se esperaba de ellos. Estas medidas, junto con la Inquisición, y las guerras de religión, pretendían detener el avance del Protestantismo, e infundir un nuevo entusiasmo y confianza a los católicos. Hacia 1650, más de dos tercios de Europa prestaba de nuevo obediencia a la Iglesia de Roma: la Reforma protestante, en conjunto, sólo conservó su influencia en el norte.
Antecedentes
La permanencia de los Papas en Avignon (1309-1377), el cisma de Occidente, la división de opiniones por parte de países europeos en cuanto a la aceptación de Avignon o Roma como sede papal y el vano intento de reunir un concilio ecuménico para que solucionara problemas, tales como la indisciplina del alto clero o la simonía, provocó un movimiento religioso dentro de la Iglesia Católica que pedía la vuelta al cristianismo primitivo, con representantes como el predicador Girolamo Savonarola o el humanista Erasmo de Rótterdam.
Pablo III nombró como cardenales a reformadores, como Gasparo Contarini y Reginaldo Pole, y aprobó nuevas órdenes religiosas, como los jesuitas, capuchinos o las ursulinas, acabando con la convocatoria a concilio.
Reforma y Contrarreforma
Se ha venido usando el nombre de Contrarreforma que acentúa la visión de unos cambios orientados a combatir el movimiento protestante e impedir la pérdida de fieles, pero desde mediados del siglo XX se ha comenzado a utilizar la expresión Reforma católica en lugar de Contrarreforma, para acentuar las tentativas de reforma teológica y disciplinaria que habían empezado a manifestarse antes de la Reforma luterana. Según esta interpretación, las reformas no fueron sólo debidas al Protestantismo, y precisa que mucho del trabajo de Trento y de gente como Felipe Neri, Ignacio de Loyola o Teresa de Jesús iba mucho más lejos que la simple respuesta al desafío del abandono de la Iglesia Católica por tantos fieles, y que intentaba suprimir los abusos y la corrupción en la iglesia para su propia mejora.


Reforma Católica
La Contrarreforma, para algunos, no difería en forma sustancial de aquello que buscaba la Reforma protestante a la hora de renovar la Iglesia. Sin embargo, en cuestiones teológicas era completamente opuesta. Los esfuerzos reformistas de Pablo IV se basaron en el autoritarismo, apoyado en el Derecho Canónico y las encíclicas papales. Dos de sus herramientas fueron la Inquisición, institución creada por el Papa Gregorio IX en el siglo XIII para investigar y juzgar a los acusados de herejía o brujería, y la censura, con la creación del índice de libros prohibidos.
Entre otras medidas efectivas sobre liturgia, administración y enseñanza religiosa, se tomaron las siguientes:
Nombrar cardenales y obispos de gran integridad moral, como San Carlos Borromeo, arzobispo de Milán.
Crear seminarios en muchas de las diócesis, lo que garantizó la uniformidad teológica.
Crear reuniones religiosas informales, que se convirtieron posteriormente en los oratorios.
Redactar un nuevo catecismo.
Sixto V representó la etapa final de la reforma católica, convirtiendo Roma y el barroco en la representación visual del catolicismo

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